La luz de la televisión
se refleja en sus ojos. Hay un brillo especial en su mirada que reconozco
haberlo sentido yo hace muchos años. Él, es mi hijo; hace muchos años, yo era la niña.
Atreyu entra en la Torre de Marfil. Todos le observan. Es sólo un niño y se oyen risas de adultos que no ven más allá de un simple niño. Los ojos siguen mirando la pantalla como hipnotizados por esa figura humana entre seres fantásticos. Él es el elegido por la Emperatriz Infantil, y es un niño, pero no teme. Como tampoco temen los ojos que le siguen y le observan desde el otro lado de la pantalla (y desde el otro lado del libro). Valiente, corre a lomos de Artax a salvar Fantasía de La Nada. Corren, galopan, trotan por lugares increíbles. Como anticipando algo, el ritmo desciende y Atreyu baja del caballo. Caminando, guía a Artax por El Pantano de la Tristeza; Artax no es sólo un caballo, es un amigo, un compañero, un aliado en la aventura. Los ojos, que siguen fijos, sin pestañear, ven como súbitamente Atreyu para y se vuelve, tira de las riendas, suavemente al principio, luego con más intensidad. Ahora sí, tirando con mucha fuerza, empieza a animar al caballo: “Artax, caballo perezoso….”. Ahí la mirada pendiente de la pantalla se tuerce, se preocupa, se nota que va sintiendo lo que siente Atreyu: que Artax no puede seguir. Que se va a hundir en la tristeza, que ha tirado la toalla y no puede continuar. Ahí los ojos se tornan, se humedecen y lloran desconsoladamente, como sólo un niño sabe hacer. Como lo hicimos todos al leer a Michael Ende o al ver la película de La Historia Interminable por primera vez.
Recuerdo la lectura del
libro como si fuera ayer. Viví cada párrafo de la novela como si estuviera dentro, y sentí que mi vida era un tercer libro mágico y que, en cualquier momento, me preguntarían a mí el nombre de la Emperatriz. Recuerdo el estreno de la película, pensando que era
imposible que esa maravillosa historia de Atreyu y Bastian, pudiera realmente
llevarse a la gran pantalla. Y recuerdo la emoción que sentí al verla, junto al impacto y la conmoción de aquella banda sonora.
Todos tenemos determinados
recuerdos de la infancia que nos quedan marcados por unos u otros motivos.
Cuando tenemos hijos, de repente, cualquier día, en una tranquila noche de “peli y palomitas”,
en el salón de casa, a través de los ojos de tu hijo, reconoces a la niña que fuiste.
Es una impresión increíble, intensa y que conecta la emoción de la niña de
hace años con la del niño del presente. Tener hijos es lo más importante, por poner
sólo un adjetivo, que nos ocurre en la vida, entre otras cosas, porque produce
estos momentos de auténtica magia.
Por los ojos de nuestros hijos, porque nos regalan de nuevo el mundo. Y también
por las historias que nos han hecho soñar, llorar y sentir.
Jacinta Rodríguez
Jacinta Rodríguez
Te entiendo perfectamente. Recuerdo esa película con un inmenso cariño y una gran emoción. La vimos en Madrid con Eduardo y Rodrigo una noche de verano en que los cuatro estábamos contentos y bien.
ResponderEliminarLos niños disfrutaron mucho porque la historia es mágia pura. Nosotros nos dejamos llevar por nuestra propia historia salpicada de salud y enfermedad, de incertidumbre y de temor interminable.
Cuando acabó nos fuimos a cenar a una terraza y a escuchar los comentarios fascinados de los niños. La felicidad completa.
Magdalena Sainz