El poder de los cuentos


“Érase una vez...”, así empiezan todos los cuentos. “ ...Y fueron felices y comieron perdices...” y así terminan casi siempre, con esta frase llena de expectativas de felicidad. Pero ¿qué hay en medio de ámbas? : mundos mágicos, monstruos, ogros, lobos feroces, hadas, polvos mágicos, siniestras brujas, príncipes y niñas desvalidas... un sinfín de sucesos y personajes salidos de la fértil imaginación de sus creadores que a lo largo de muchos siglos han alimentado las cabecitas de niños -y no tan niños- siendo parte esencial de su formación en edades muy tempranas. No soy psicóloga, pero creo firmemente en la necesidad de que los niños escuchen estas narraciones desde muy pronto, aunque parezca que no comprenden su significado, si son narrados con expresividad y con un lenguaje propio a cada edad, estoy segura de que actúan como un elemento formativo y educador de primer orden.


“En el tiempo surgió la palabra...” decía Platón en uno de sus tratados y sin duda desde entonces, su poder de humanización socializadora, comunicación y aprendizaje la convirtieron en el arma más poderosa de los hombres. Es por eso por lo que siempre he creído que “contar cuentos” es una de las formas más hermosas de querer. Sin pretender dar lecciones de nada, -en el campo de la educación todos estamos siempre aprendiendo, sobre todo de los niños- os quiero contar mi experiencia como madre de tres hijos, ya adultos maravillosos, y de cuatro nietos que ahora tienen entre 9 y 3 años. Quizás no he sido con todos ellos demasiado exigente, ni he sabido acertar en muchas maneras a la hora de educar a unos, hijos, y disfrutar de los otros, pero a todos les he contado y sigo haciéndolo hoy muchos cuentos. 
A veces lo hago con una particularidad que os sugiero hagáis de vez en cuando, cambiar sobre la marcha el hilo narrativo, el argumento clásico e inventar situaciones nuevas con los mismos personajes. Así Caperucita no es una niña tan cándida  y es el lobo  la víctima de los engaños de la astuta chica vestida de rojo. O los tres cerditos persiguen con saña a un lobito feroz asustado por las ansias de comer insaciables de los gorrinos... ¿y qué me decís de una Cenicienta rockera que conoce a un príncipe en un concierto escapado de su palacio, mientras las hermanastras son sumisas niñas que envidian a Cenicienta?...son sólo algunos ejemplos.
Los críos me oyen extasiados esperando la sorpresa y a veces son ellos los que improvisan y se anticipan a mis palabras inventando nerviosos situaciones nuevas, disfrutando con volver a crear el viejo cuento a su manera  “a nuestra manera” y así nos convertimos en cómplices creadores de algo inesperado; mientras se ríen  mostrando la satisfacción por inventar, por transgredir lo establecido, en definitiva por demostrar una especie de libertad creadora tan necesaria para ellos;  no se si eso es bueno pedagógicamente o no, pero me encanta hacerlo. Me parece que ayuda a estimular su imaginación, a fomentar el interés por descubrir nuevos escenarios y a ver con otros ojos y mayor empatía personajes tradicionalmente negativos y perversos, ¿es que no puede haber lobos buenos, y brujitas encantadoras?. 
Mientras pueda y ellos me quieran escuchar, seguiré haciéndolo; espero que estas pequeñas trampas a los clásicos de Perrault, Andersen y otros les ayuden a crecer y potenciar sus sueños e imaginación, algo tan necesario sobre todo hoy que vivimos, especialmente los niños, en un mundo  mecanizado y que tan sólo con dar un clic en una pantalla les aparece sin ningún esfuerzo mental todo el universo a su alcance; contádles cuentos y así crecerán mucho más sanos y felices. 
Pero sobre todo los verdaderamente felices seréis vosotros. Como muestra os cuento una anécdota que viví hace unos años con mi nieto mayor. Una tarde fui a recogerle al cole, tendría unos cuatro años y cuando entré en el patio estaba jugando al fútbol muy concentrando con sus compañeros, a voces le llamé y cuando me vio dejó de inmediato el balón y vino corriendo hacia mí. Pero a mitad de la carrera se volvió; yo creía que iba a seguir jugando pero no, llamó a su mejor amigo, le agarró de la mano y con gran emoción a gritos le iba diciendo mientras venían hacia mí. “Mira es mi abuela, la que te digo que cuenta los mejores cuentos del mundo...”
¿Hay mejor carta de presentación de una abuela?, ¿Hay mejor prueba de amor?

Yolanda Fernández, abuela de Miguel y Roberto, antiguos alumnos de El Patio.

4 comentarios:

  1. Preciosa narración. Y doy fe de lo que cuenta. Es una maravilla verles ensimismados cómo atienden en el momento del cuento. Y eso a pesar de que algunos repetimos el mismo cuento "n veces" con finales tan inverosímiles como estrambóticos: la serie del torito paquito, Miguel (y ahora con Roberto) y su manada de lobos que van al cole, a La Vera, a casa, ... . En fin, que lo pasamos bien!!!
    Juan

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  2. Yolanda, un comentario precioso, cargado de ternura y sabiduría.
    Me quedo con la frase..."contar cuentos es una de las formas más hermosas de querer".
    Un abrazo a todos los abuelos que tantos y tantos cuentos nos han contado.
    ¡Gracias!

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  3. Gracias por esos comentarios, cuando se habla tanto de la labor social y de canguro de los abuelos de hoy, se olvida que hablar con los nietos, contarles cosas de "nuestras épocas", conversar con ellos, es quizás la tarea más importante que hacemos. ¡Ay de la sociedad que deje de valorar a sus mayores!

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  4. Bienvenida Yolanda de nuevo, gracias por tu aportación y por SER ABUELA.

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