Educar, palabra solemne cargada de connotaciones de todo tipo y por
desgracia tan manoseada y pervertida en muchas ocasiones y desde
diferentes frentes. Si además de
intentar “educar” un maestro debe comunicar conocimientos y destrezas para que
un ser humano desde su infancia a la adolescencia se forme íntegramente, la
tarea es enorme.
Hago esta reflexión íntima, supongo compartida por muchos, desde mi larga
experiencia como enseñante y profesora durante más de treinta y cinco años a
jóvenes de muchas edades. Es curioso comprobar cómo hay un elemento en la
relación profesor/alumno que siempre funciona y que descubrí cuando observé a
los niños de 0 a 3 años. Cuando se les quiere indicar o enseñar algo, en la
escuela infantil y algunos padres en casa, se dirigen a ellos mirándoles
fijamente y atrayendo con firmeza su atención les conminan: “…mírame, mírame y
escucha.” A continuación les dicen con brevedad y claridad el mensaje deseado,
que a menudo a esa edad, suele ser de advertencia. Pues bien, me di cuenta,
reconozco que un poco tarde, del valor de esa contundente frase y la empecé a
utilizar en mi experiencia docente diaria, cuando necesitaba hablar de algo
serio con un alumno, para que sintiera que en ese instante que era el centro exclusivo
de la relación entre profesor y él mismo. Aunque fuera para escuchar algo
negativo de su comportamiento o rendimiento escolar, el mero hecho de ser
mirado fijamente a los ojos y sentirse el único protagonista del momento, hacía
que la disposición a la escucha se convirtiera en un elemento positivo hacia
una mayor empatía y fluida comunicación.
A partir de ahí, he comprobado cómo hay una especie de “entrega” y mayor
disposición a la escucha. Podría contar infinidad de ejemplos y anécdotas, pero
referiré una como muestra. Hace pocos años tuve una alumna adolescente
especialmente conflictiva, con gran desarraigo social y un rendimiento escolar
pésimo. Yo era su tutora y no había manera de que, al menos, mostrara una
predisposición al diálogo. Un día al salir de clase en el pasillo, le dije en
tono imperativo pero con calidez: “mírame, mírame y escucha…estamos solas tú y
yo, y ahora eres lo único que de verdad me importa…” Todavía lo recuerdo, se me echó a llorar;
dijo que hacía tiempo nadie le había hablado así; incluso me reconoció que se
comportaba mal para llamar la atención. Reconozco que me dio toda una lección.
Desde entonces me di cuenta de que un niño, un joven, un adulto, necesita
sentirse el centro del mundo cuando otro niño, joven o adulto, le habla.
Algo aparentemente tan simple como importante lo aprendí del modo de educar
en el tramo educativo de 0 a 3 años y confirmo que sigue siendo esencial en la
relación humana que se establece entre un profesor y un alumno a cualquier edad.
Si de verdad queremos dar a la palabra “educar” su sentido más transcendente.
Todos necesitamos sentirnos “únicos” para el otro, para el que nos enseña, para
el que nos habla… Os aseguro que es una magnífica puerta
abierta al aprendizaje y a establecer relaciones humanas más positivas.
Esto son, reflexiones de “una profesora que ha dejado la tiza”.
Gracias profesora. Por aprender todos los días de los alumnos y de la gente que te rodea. Por enseñar desde el profundo respeto a tus alumnos y por tu honestidad. Es un orgullo que estés con nosotros. Gracias
ResponderEliminarCómo educadora, sé que sin afecto cualquier avance pedagógico, es imposible. Y esto empieza por algo tan simple cómo mirarle a los ojos y estar sólo para él, en ese instante. Con respeto, con cariño poco a poco se va estableciendo un vínculo entre el profesor
ResponderEliminary el alumno que es el que va a potenciar el aprendizaje. Cuando te sientes especial y te encuentras cómodo con un profesor en concreto, es cuando te empiezas a interesar por la materia en sí y entonces el aprendizaje es posible. Gracias por hacernos pensar en ello, a veces se olvida.
Genial reflexión! Nunca se deja de aprender ... . Tomo nota por lo que me toca como padre, amigo, compañero de trabajo ... en mis relaciones con los demás; y también como profesor, si bien en un tramo educativo de gente ya talludita.
ResponderEliminarJuan
Escuchar al otro es todo un arte. Supone mirar y no juzgar, empatizar y respetar.
ResponderEliminar¡Una reflexión preciosa!