Escribo esta nota con la intención de reflexionar sobre un hecho que vengo observando en los últimos años en relación con el hábito del sueño…
Llevo
20 años trabajando como psicóloga y maestra en educación infantil, orientando a
padres y educadores en la apasionante y difícil tarea de educar a niños de 0 a
3 años.
Además,
soy madre de 3 hijos y, por supuesto, no soy perfecta. Cometo errores aunque,
como todos los padres, quiero lo mejor para ellos. Creo que es esta faceta de
madre, la que me permite entender mejor, por haber vivido la experiencia en
primera persona, las dificultades a las que se enfrentan los padres a la hora
de educar a sus hijos.
Una
parte fundamental de mi profesión, consiste en escuchar, empatizar y orientar a
los padres en su responsabilidad de educar a sus hijos. Profesional y
personalmente, me siento encantada cuando estos padres salen reforzados, tranquilos y seguros de las
pequeñas charlas que mantienen conmigo.
A
veces esta labor de apoyo y acompañamiento es ardua porque pasan meses hasta
que se empiezan a ver los resultados. Pero la satisfacción de comprobar que con
paciencia, cariño y respeto, los padres superan las pequeñas dificultades,
supone para mí un enorme orgullo profesional y personal.
La
etapa 0-3 es increíble. El ser humano aprende y evoluciona más en estos años de
lo que lo hará en el resto de su vida. En este periodo se adquieren los hábitos
más importantes relacionados con la alimentación, la higiene y el sueño. Cuando
digo se adquieren, en realidad quiero decir “se aprenden” y se instauran. Y como
todo aprendizaje, lleva tiempo, dedicación y paciencia.
Escribo
esta nota con la intención de reflexionar sobre un hecho que vengo observando
en los últimos años en relación con el hábito del sueño…

Ver
cómo algunos padres empiezan a medicar a sus hijos para poder descansar por las
noches y dormir de un tirón, supone un fracaso profesional contra el que necesariamente
debo rebelarme. Fracaso aún mayor cuando se trata de niños menores de un año a
los que se les considera “malos dormidores”.
Me
consta que se preocupan por el descanso
de su hijo, pero en realidad, estos
padres se suelen expresar en términos de “yo necesito descansar”, “yo así no
puedo seguir”. Con esta medicación, están “tirando la toalla” en su
responsabilidad de educar en un hábito tan importante como sueño, para
conseguir un resultado de descanso inmediato y a corto plazo.
Alarmada
por el creciente uso de este medicamento, decidí leer el prospecto y confirmé
la peor de mis sospechas. Las “famosas gotas” no son otra cosa que un
antihistamínico, con un efecto secundario sedante. En definitiva, un
medicamento que tiene un uso muy alejado del sueño y que, por increíble que
parezca, no está indicado en niños menores de 2 años.
Paradójicamente,
según la información que me transmiten los padres, son los pediatras los que
recetan este medicamento. Me intranquiliza pensar que algunos profesionales de
la medicina terminen cediendo a la
presión de estos adultos, recetando un medicamento que está de moda o que le ha
“funcionado a otros”.
Desde
aquí reivindico el derecho de los niños a ser educados, a que confiemos en
ellos y en su capacidad de aprendizaje, independientemente de lo agotados o
confusos que nos encontremos. Por favor, padres, educadores, y pediatras, no
desesperemos y asumamos la responsabilidad que supone educar a un niño.
¡Mucho
ánimo!
Susana Martín Barroso
Importantísima reflexión, no sólo sobre el sueño, si no sobre la verdadera responsabilidad que tenemos los padres en la educación de nuestros hijos. Siempre hay que mirar de frente a los problemas, ocultarlos o eludirlos no nos sirve a nosotros, y mucho menos a nuestros hijos. Como siempre Susana, gracias por tus comentarios.
ResponderEliminarGenial, Susana! ahora sólo falta que lo pongamos en práctica en el modo-zombie nocturno ;-)
ResponderEliminarAna Herrero
Me horroriza que sea necesario escribir esta entrada, no sabía que esto de las "gotitas" fuese algo frecuente y socialmente tolerado... En cualquier caso, gracias Susana por llamar a la sensatez, a la comprensión y a la responsabilidad.
ResponderEliminarHola Ana, de nuevo. Bienvenida Elena. Gracias por compartir vuestras opiniones con nosotros. Un saludo
ResponderEliminarGracias, Susana, no sólo por esta reflexión que es realmente importante, sino por haberme escuchado tantas mañanas en las que yo estaba agotada, el primer año de vida de mi hijo. En las que una, ya duda de lo más obvio por la falta de sueño, por la inseguridad que te produce no saber que hacer o si lo que has hecho es lo correcto. Tú, siempre me escuchaste, me tranquilizaste y me dijiste: esto pasará, lo estás haciendo bien. Y sólo con tu apoyo la siguiente noche era mejor. Ahora, después de darle tiempo, el necesario para que él aprendiese a dormir, duerme fenomenal y eso en parte es gracias a ti, me ayudaste a entender este proceso mejor. De corazón mil gracias.
ResponderEliminarPersonalmente he vivido la experiencia que cuenta Susana con un niño de pocos meses.
ResponderEliminarSus padres se justificaban diciendo que no podían más, que lo hacían por los vecinos, que se lo había recomendado su pediatra... El caso es que aquel pobre niño llegaba muchas mañanas con los párpados hinchados, excesivamente tranquilo, sospechosamente quieto y tardaba mucho (a veces varias horas) en comportarse normalmente. El resto del día lo pasaba irritable y exigente.
No perdamos la cabeza. Si no podemos o no sabemos como hacerlo, pidamos ayuda a un buen profesional, pues la mejor forma de que un niño duerma es aplicar sentido común, coherencia y cariño. Lo demás son huídas, riesgos y justificaciones injustificables.
Los padres debemos ser responsables, razonables y respetuosos con nuestros hijos para que luego ellos sean responsables, razonables y respetuosos con nosotros.
Lo digo desde la profesionalidad y la experiencia que me dá haber sido madre de tres hijos que nunca ocasionaron ningún problema a la hora de dormir.